jueves, 11 de noviembre de 2010

ACERO EN LA NOCHE

 Cuando llegó a la entrada del callejón, miró a derecha e izquierda.
La luz de un candil, era lo único que se veía en la noche cerrada. Un perro ladró en la lejanía, mientras se colocaba bien el sombrero de ala oscuro sobre su cabeza, y anudaba fuerte su capa sobre su pecho, dejando el hombro derecho libre de ella. El hombro del brazo de la espada.
Sabía que le esperaban, pero no sabía dónde.
Se adentró en el callejón, envuelto en la capa, y trincando fuerte el puño de su acero.
Sus botas resonaban huecas sobre la piedra oscura, cuando se juntaron con el sonido de otras.
Detuvo su camino ante tres hombres que se le encaraban delante de sus pasos. Sin mediar palabra y en lo que se tarda en decir un AMÉN, los aceros de los tres resplandecieron amenazantes en la fría noche.
La luz del candil tembló cuando él desenvainó su estoque, a la vez que en su mano izquierda ya asomaba una daga a la que le gustaba llamar, La Misericordia.
Refulgió el acero de todos cuando los mismos restallaron unos contra los otros.
Él movía su espada a diestra y siniestra, intentando evitar una y otra vez las estocadas, de los tres malnacidos que querían acabar con su vida.
La escuela italiana se descubrió en su esgrima, y enseguida ubicó a sus asaltantes en la tarde anterior, en la taberna de El Tuerto.
Malencarados e hideputas, pensó esa tarde, y esa noche, su instinto no le engañó.
 Detuvo un ataque por su derecha, y rápido revolvió su acero en espiral, haciendo blanco en el pecho de uno de los asediadores. Cayó al suelo.
Luego a su izquierda, estocada mortal de arriba abajo. La cara oculta de otro sufrió la furia de su acero. Sólo quedaba uno.
 Aquel ya no era tan valiente ni tan rápido con su espada.
Amago por la izquierda, y rápida estocada a la altura del gaznate. El filo entró y salió rápido, dejando un reguero de sangre en el aire. El tercero cayó también al suelo agarrando su garganta.
Se acercó a él, con su espada en ristre. El maleante pidió misericordia, y se la dio. Tres cuartas de acero de su daga se introdujeron en las tripas del suplicante, haciendo honor a su buen nombre, La Misericordia.
 

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