Miro por la aspillera de mi celda como el sol vuelve a salir ahí fuera, sin contar conmigo de nuevo. Los huesos me duelen por la humedad de la roca, y sólo veo día tras día un cubo de madera donde hago mis necesidades.
Mi sayón es ya un harapo que perdió su blanco inicial, y me agarro a las palabras del hermano que nos defendió en el juicio. El día del señalamiento fue gris y triste, pero su ímpetu en la defensa de la orden, me recordó épocas pasadas, en las que toda Europa nos respetaba.
Hoy, tras las pruebas del juicio, ha quedado demostrado que no soy ningún mago, ni nigromante, tan sólo soy un fraile. Y por eso espero la absolución de la orden que regento y la mía. Rezo por ello.
Jacques de Molay, París 18 de marzo de 1314.
En memoria del último Gran Maestre de la Orden del Temple.
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