martes, 1 de febrero de 2011

LA BATALLA


El gallardete ondeaba frenético aferrado con fuerza a su mástil.
La enseña del ejercito en él dibujada aparecía y desaparecía ante mis ojos, que cansados por los días de viaje, se ocultaban debajo del yelmo.
Parsifal, se acercó en su montura hasta donde estaba yo sobre la mía, y se despojó de su casco de color plata. La luna se reflejaba en su espada desenvainada y haciendo ribetes de ríos sobre su hoja me habló.

-         Larga noche se avecina, amigo.
-          Larga y sangrienta. – respondí apoyando mi mano derecha enguantada sobre el hombro rocoso de Parsifal.
-         ¿Queréis que disponga a los arqueros en el flaco derecho? – preguntó.
-         No. Dejadlos donde están. –respondí secamente.
-         Por si el destino quiere que esta noche sea la última junto a vos, quiero que sepáis que ha sido un honor cabalgar a vuestro lado. – se confesó Parsifal.
-         Para mí también viejo amigo. En esta vida o en la otra siempre os llevaré a mi lado. – contesté estrechando el antebrazo de mi hermano de armas.
-         ¡Vive libre!
-         ¡Muere con honor!

Parsifal tiró de las riendas de su caballo, y dirigió su trote hacia el flanco izquierdo.
La tropa estaba inquieta en la noche.
Mirábamos hacia el páramo que delante de nosotros ahora estaba vacío, dejando ver su inmensidad desnuda a nuestros ojos atentos.
El sonido de un timbal en la lejanía se escuchó claro como el canto del primer pájaro en la mañana.
Hombres y bestias se inquietaron removiéndose en sus puestos. Los arqueros tensaron sus cuerdas, los alabarderos enfilaron sus lanzas, y los caballeros juntaron aún más sus líneas por delante de los infantes que esperaban en la retaguardia.
El timbal se convirtió en orquesta, cuando un reguero de luz tenue se divisó en la línea del horizonte del páramo.
Levanté mi brazo en señal de inicio, y un estruendo de tambores me envolvió en aquella fría noche. Se adelantaron los pendones ondeantes de nuestras milicias. Todo tenía un inicio, y ese momento sería el nuestro.
La luz en la lejanía se agrandó como el fuego de un dragón quemando las cosechas y delante de nosotros un enjambre de antorchas y banderas libres al aire se disponían delante de nuestro ejercito.
Sus timbales retaban a nuestros tambores, y sus banderas a nuestros gallardetes.
Al instante un sonido de cuerno rompió el estruendo de la percusión, largo y escalofriante. Una trompeta emitió nuestro sonido, limpio y agudo a mi derecha.
El chocar de metales y espuelas se escuchaba cerca de mí, cuando di la orden de carga.
La caballería conmigo en su vanguardia comenzó el galope frenético contra el enemigo. Músculos tensos y erguidas espaldas, sobre monturas coléricas en carrera de muerte se dirigían hacia el páramo.
El cuerno se silenció, y la caballería oscura del enemigo comenzó la búsqueda de nuestros cuerpos..
Pronto chocaríamos contra ellos, pronto volvería a saborear el frenesí de la lucha, pronto volvería a oler la sangre derramada, y pronto volvería a luchar junto a mi amigo Parsifal.


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